
Desde que amanece se oye el pregón del bocadito de helado. Según pasa el día, se van sumando la voz cansada del “turrón de manó” y la más aguda de “Flooooores, floooooores”. Pero de todos los pregones el que más se repite es el de “¿A cuánto está el dólar?” Este no se grita, se dice bajito. La respuesta es siempre la misma: “Depende”.
Hay que vivir allí para entender. Según comprendí, en ningún lugar cambian las divisas excepto en el banco pero en casi todos los comercios privados y del Estado aceptan dólares y euros. Al cambio. “¿Al cambio de cuánto? “Depende”. Hace unos meses en el bar de la esquina lo aceptaban a 120 pesos por un dólar, igual que en el Hotel Capri o en el Hotel Nacional. En otros lugares lo aceptan a 160 o a 180 pesos por un dólar como las tenderas de la boutique de otro hotel, que me vendieron unos artículos en moneda nacional, al cambio de la calle y con pago directo a sus tarjetas. La gente va caminando y sacando cuentas: normal cuando el tipo de cambio se dispara y se contrae de un día al otro.
Lo de las tarjetas es otra dimensión. Se aceptan tres: las internacionales que no provengan de bancos norteamericanos, la cubana en pesos y la cubana en moneda libremente convertible. A tientas las personas mayores como mi madre operan estas tres tarjetas. No son equivalentes para pagar, pero parece, según le dijo un conocido, que, si en la de moneda nacional no hay saldo, esta se alimenta automáticamente de la MLC…. Al cambio del banco, es decir 24 pesos por un dólar. ¿Rumores? Quizás. Pero la economía doméstica en Cuba hace años que parece una serie de ciencia ficción, con viajes en el tiempo y efectos especiales que pasaron de meter miedo a dar lástima.